¿Cómo frenar el cambio climático cambiando nuestros hábitos alimentarios?


Por Helena Escoda Casas,
activista de Libera! (http://www.liberaong.org)

Frenar el cambio climático es el gran reto al cual la humanidad debe enfrentarse de forma inminente. Los causantes del calentamiento global no son tan sólo la industria y el transporte, nuestros hábitos alimentarios también tienen un coste ambiental notable (cultivos, procesos de elaboración, envase, refrigeración, transporte, cocción…). La carne es uno de los alimentos que tiene un mayor coste ambiental. El sector ganadero es responsable de la emisión de hasta el 18% de los gases de efecto invernadero. La lucha para frenar la llegada del mayor desastre ecológico de la Historia también pasa por mejorar nuestra alimentación.

Frenar el cambio climático es el gran reto al cual la humanidad debe enfrentarse de forma inminente. Los causantes del calentamiento global no son tan sólo la industria y el transporte, nuestros hábitos alimentarios también tienen un coste ambiental notable (cultivos, procesos de elaboración, envase, refrigeración, transporte, cocción…). La carne es uno de los alimentos que tiene un mayor coste ambiental. El sector ganadero es responsable de la emisión de hasta el 18% de los gases de efecto invernadero. La lucha para frenar la llegada del mayor desastre ecológico de la Historia también pasa por mejorar nuestra alimentación ya que adquirir unos hábitos alimentarios saludables puede salvar nuestro planeta.

El 28 de Noviembre de 2006, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) presentó un informe titulado La Larga Sombra del ganado (Livestock’s Long Shadow) en el cual se demuestra que la ganadería genera más emisiones de gases de efecto invernadero que los automóviles. Esta afirmación es, aparentemente, extraña. ¿Qué es lo que hay detrás de la ganadería industrial para que esta haya devenido insostenible?

La desnaturalización de nuestras vidas, especialmente, en los hábitos alimentarios, ha generado un gran desequilibrio en el planeta. La ganadería industrial ha devenido un problema insostenible ecológica y económicamente, debido a la gran cantidad de animales que se “producen”, por la alimentación que se suministra a los mismos y por las condiciones de vida con las cuales se les mantiene. La Larga Sombra del Ganado, ha sido dirigido por el economista agrícola Henning Stenfield. Este detallado análisis demuestra que la ganadería es responsable de hasta el 18% de las emisiones de gases de efecto invernadero y que a la vez el aumento del consumo de productos cárnicos es la principal causa de la deforestación de selvas, bosques y sabanas.

En la actualidad, el consumo de productos de origen animal parece haberse democratizado. El bistec diario ya no es un lujo que sólo puedan permitirse las clases más pudientes. Personas de todas las clases sociales consumen productos cárnicos a diario, lo cual, hace algunos años, era inimaginable. Sin embargo, este aumento disparatado del consumo de carne ha conllevado consecuencias nefastas para nuestra salud, para los animales y para el equilibrio económico y ecológico de nuestro planeta. El aumento de la cantidad tiene como contrapartida la disminución de la calidad, un gran coste medioambiental y la vulneración sistemática de los derechos de los animales.

Las granjas de la Era Postindustrial han dejado de ser aquellos espacios aparentemente bucólicos en los que el ganado pastaba placidamente en campos verdes. Una nave de hormigón en la que los animales se encuentran confinados y se alimentan a base de piensos elaborados con soja transgénica, beben agua mezclada con antibióticos y hormonas que estimulen el crecimiento, es el prototipo de granja industrial europea de nuestros días. Este sistema se conoce como ganadería intensiva, lo cual consiste en engordar el ganado en muy poco espacio y en muy poco tiempo, para mandarlo lo antes posible al matadero y obtener una productividad muy alta y, lógicamente, un mayor beneficio económico. La mayoría de animales destinados al consumo humano pueden ver el Sol por primera vez en su vida, el día que son trasladados al matadero en camión. El resultado de este proceso es una carne barata, pero que ocasiona innumerables sufrimientos a los animales, que es nociva para nuestra salud y para la de nuestro planeta.

¿Por qué la ganadería contribuye en aumentar el calentamiento global?

Las claves básicas que configuran la responsabilidad de la ganadería en el aumento de la temperatura global son dos: en primer lugar, la existencia masiva de ganado no integrado al medio y, segundo, la concentración del mismo.

Primero: La existencia Masiva de ganado:

El ganado bovino encabeza la ganadería a nivel global. Actualmente, existen aproximadamente 1.250 millones de reses de ganado bovino (bos taurus) en todo el Mundo. En ningún momento de la Historia ha existido semejante cantidad desorbitada de bóvidos ni de las otras especies que son utilizadas como ganado. Los sistemas de ganadería intensiva y/o industrial permiten que se “produzcan” más animales de los que corresponderían en el marco del equilibrio natural. En estado salvaje nunca habrían nacido tantos bóvidos, porcinos o pollos, ya que esta superpoblación habría condenado la especie a la extinción. La domesticación ha hecho posible esta proliferación determinada por la selección artificial, con lo cual, los animales nacen por voluntad humana y estos dependen del ser humano para que les suministre alimento. La sobrepoblación de ganado ha conllevado que el 30% de la superficie terrestre del planeta esté ocupada por pastos y granjas industriales. El espacio que ocupa todo este ganado es la primera pieza del engranaje de un sistema de producción de alimentos que ha resultado ser inviable. Con el aumento del consumo de carne, cada vez, más masa forestal es destruida para convertirse en campos de pasto, pero esto no es lo peor. La segunda pieza conduce hacia una función todavía más complicada, todo este ganado debe ser alimentado, por tanto, cada vez, más masa forestal es destruida para convertirse en campos de cultivos para elaborar piensos. Todo esto no genera únicamente un desequilibrio ecológico importante, también genera un desequilibrio económico.

El 26 de Mayo de 2008, en el artículo Póngase a dieta, publicado en el diario El País, Josep Borrell, Presidente de la Comisión de Desarrollo del Parlamento Europeo, afirmaba que “Si Malthus levantara la cabeza, creería que la competición por los alimentos escasos no es entre humanos, sino entre humanos y animales .Y, además, nos diría que la producción de carne no es "rentable" en términos de balance de recursos (tierra, agua, calorías vegetales)”. Para producir un kilogramo de carne, el bóvido debe consumir previamente una media de diez quilos de proteína vegetal. El porcino cuatro y las aves entre dos y tres.

El consumo cárnico de los países desarrollados ha conllevado que el 78% del total de los cultivos globales (lo que equivale al 33% de la superficie terrestre del planeta) se destine a la fabricación de piensos y forrajes para engorde de ganado. Si la demanda de carne no fuera tan elevada, no sería necesario criar tantos millones de reses, por tanto, tampoco sería necesario alimentarles y los cultivos que se destinan a la fabricación de piensos podrían destinarse directamente al consumo humano y erradicar así el problema de los 850 millones de seres humanos mal nutridos, pero, es más, ni tan sólo sería necesario el uso de tanta superficie de tierra, ya que se podría alimentar a todo el mundo con menos cultivos. Lo cierto es que pretender que los seis mil millones de seres humanos que compartimos la Tierra podamos acceder al mismo nivel de consumo diario de productos de origen animal, supondría un auténtico déficit en tierras y agua, ya que no existe superficie cultivable suficiente para alimentar a tanto ganado. Frenar el consumo de carne es frenar la demanda de tierras, lo que se traduce en frenar el problema de la deforestación.

La superpoblación de ganado no exige únicamente superdemanda de tierras y consecuentemente deforestación. El sistema digestivo de los rumiantes (vacas, ovejas, búfalos y cabras) es la causa de la emisión del 37% del total de las emisiones de gas metano (CH2), un gas hasta veintitrés veces más nocivo que el dióxido de carbono (CO2). Obviamente, estos animales siempre han producido metano, pero jamás había existido semejante cantidad de reses. El desequilibrio cuantitativo y la no integración de estos bóvidos al medio ha generado un gran problema en la atmósfera derivado de las emisiones de metano producido en sus estómagos. Una sola vaca puede producir hasta novecientos litros de metano al día. El problema del metano ha sido tomado muy seriamente por el gobierno neozelandés, uno de los más activos en la lucha contra el cambio climático, el cual ha implantado la Flatulence Tax, es decir (y, aunque lo parezca, no es ninguna broma) un impuesto a los ganaderos por la contaminación generada por el metano de las flatulencias de las vacas.

Correlación entre consumo de carne, deforestación y cultivos transgénicos; ¿Qué ocurre con la soja?

Hasta hace muy pocos años, la industria ganadera utilizaba harina de huesos y restos cárnicos para elaborar los piensos para alimentar el ganado. Este tipo de pienso, efectivamente, engordaba mucho y muy rápidamente, pero resultó ser el factor determinante de la enfermedad de la vacas locas (Encefalopatía espongiforme bovina) que causó un verdadero desastre en Europa. De las vacas locas deberíamos aprender una lección que parece que todavía no hemos aprendido. No podemos desnaturalizar la alimentación a un animal herbívoro solamente porque nos interese económicamente. Por tratar como meras máquinas de producción de carne a los animales, se puso en riesgo la salud de una población en su mayoría desinformada, provocando una crisis vergonzosa que mostraba un gran desprecio por la vida. Desde entonces, los piensos proteínicos se elaboran a base de harina de soja (en su mayoría transgénica), harina de maíz o harina de pescado. Por su valor proteínico y su coste menor, la harina soja se ha convertido en la principal materia prima para la fabricación de piensos, un producto cuya
demanda es altísima porque la demanda de carne es también altísima.

La soja (Glycine Max) es una leguminosa de origen asiático apreciada por su gran valor nutritivo, especialmente, por su alto contenido proteínico. Las poblaciones orientales han consumido soja desde tiempos inmemoriales y se han beneficiado de sus propiedades. El cultivo de soja es un factor muy valioso si se efectúa en el marco de un cultivo por rotación estacional, ya que fija el nitrógeno en los suelos. En cambio, el monocultivo de soja acarrea desequilibrios ecológicos si se mantiene prolongadamente.

La soja no es un invento de la manipulación genética, pero, desafortunadamente, la mayoría de soja de nuestros días ya no es aquella soja tradicional que aportaba múltiples beneficios y su cultivo tampoco sigue la rotación estacional. Las virtudes de la soja han resultado muy atractivas para las empresas de manipulación genética de semillas para poder ofrecer una solución a los productores de carne barata. Este es el por qué del desastre ecológico generado por quienes han manipulado y reinventado la soja a su conveniencia. La manipulación genética de plantas ha permitido crear una semilla de soja altamente resistente al herbicida selectivo Roundup (fabricado por la corporación Monsanto), lo cual causa una importantísima pérdida de biodiversidad y el monocultivo de esta soja en grandes extensiones de forma prolongada causa un gran desgate del suelo.

Las llanuras de Estados Unidos, Brasil, Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay son las grandes productoras de soja transgénica a nivel mundial. La corporación estadounidense Monsanto es la productora de la semilla, la cual tienen patentada de manera que obligan a los campesinos a pagar regalías sobre parte de la cosecha que utilicen para volver a sembrar, además de venderles el herbicida al cual es resistente.

La gran expansión de áreas destinadas al monocultivo de soja transgénica ha sido una de las principales causas de la deforestación de selva tropical. Aunque las selvas tropicales sólo ocupen el 6% del área terrestre del planeta, concentran los espacios con mayor biodiversidad y tienen más capacidad para suprimir el dióxido de carbono (CO2), por tanto, son imprescindibles para contrarrestar el efecto invernadero. La prohibición del uso de las harinas cárnicas en la elaboración de piensos ha disparado la demanda de soja. Hoy, el cultivo de la soja representa el 26% del total de la producción global. Sólo en Brasil se cultivan 52,3 millones de toneladas de soja cada año. La mayoría de esta producción se exporta a Europa y Estados Unidos para el engorde de ganado, este es el por qué de tanta producción de soja. El transporte marítimo o aéreo de soja, lógicamente, también tiene costes ambientales.

Quienes consumen hamburguesas aptas para vegetarianos elaboradas con soja, en realidad, consumen menos soja que aquellos que consumen hamburguesas de carne ya que se debe tener en cuenta el balance final. No es la soja destinada al consumo humano la que destroza las selvas, sino la soja destinada al engorde de ganado. Cada kilo de carne acumula entre cinco y diez quilos de soja y dieciséis mil litros de agua. La comercialización de soja trasngénica de peor calidad no se destina al consumo humano, sin embargo, la carne de los alimentados con soja transgénica se sirve cada día, sobretodo, en restaurantes de cadenas de comida rápida. Los efectos que la soja transgénica tratada con herbicida Roundup puede provocar sobre la salud humana todavía se mantienen en una gran incertidumbre, pero la corporación Monsanto acumula numerosas demandas de damnificados en diferentes países.

Segundo: La concentración del ganado en granjas industriales:

Pero, además de la sobrepoblación de especies domesticadas para el consumo humano, la concentración del mismo en espacios reducidos (ganadería intensiva) provoca que el problema de la emisión de gases se agrave todavía más. La emisión de gases no deriva solamente de las flatulencias de los rumiantes sino también de la acumulación de sus deshechos y orina.
Antiguamente, el ganado pastaba en campos y su estiércol era aprovechado siendo absorbido de forma natural por la tierra. En la actualidad, las grandes concentraciones de animales generan exceso de estiércol. La acumulación de todos estos desechos en poco espacio supone demasiada cantidad para poder ser absorbida por la tierra. Así es como destruyen el suelo y contaminan las aguas subterráneas.

Aparentemente, el estiércol no debería ser un problema, ya que es materia orgánica y debería aprovecharse como abono para los cultivos. Pero la cantidad excesiva y, sobretodo, la alimentación desnaturalizada del ganado no permiten que se cumpla este proceso natural. Para garantizar que el engorde sea lo más rápido posible, animales herbívoros que deberían tener una alimentación fibrosa, son alimentados con piensos proteínicos. Estos piensos contienen más proteínas de las que estos animales pueden metabolizar, debido a esta alimentación no adecuada, sus desechos no sirven como abono, todo lo contrario, devienen dañinos para el suelo. Respecto a la alimentación no adecuada del ganado hay que tener en cuenta dos aspectos muy importantes que afectan directamente al medio ambiente y a nuestra salud. Por un lado, la granja industrial mantiene animales confinados, lo cual es muy poco higiénico ya que se dan las condiciones óptimas para la proliferación de todo tipo de enfermedades infecciosas. Para evitar desastres sanitarios, se mezclan con el agua y la comida grandes cantidades de antibióticos. Estos antibióticos son, en parte, expulsados a través de la orina, por ello, dañan los ecosistemas acuáticos y nuestra salud cuando nos comamos el bistec.

Además de metano, las toneladas de estiércol acumuladas en las granjas industriales provocan la formación de dos gases que el Protocolo de Kyoto establece que deben reducirse inminentemente. La acumulación de estiércol libera grandes cantidades de nitrógeno, que en su reacción con el oxigeno forma el óxido nitroso, conocido también como gas de la risa. El óxido nitroso (N2O) es hasta doscientas veces más nocivo que el dióxido de carbono (CO2). La alimentación proteínica acentúa más el problema causado por este gas, ya que en la biomasa se encuentran de forma natural grandes cantidades de nitrógeno en forma de proteínas. Cuando los rumiantes ingieren proteínas, el nitrógeno que expulsan a través de sus excrementos y orina es más reactivo y facilita todavía más la formación de óxido nitroso. El 65% del global de emisiones de este gas derivan de la ganadería.

El segundo gas deriva de la acumulación de estiércol mezclado con orina. Es el compuesto de nitrógeno o amoniaco (NH2), el cual se forma a partir de la evaporación de la orina y de la humedad del estiércol (muy especialmente el avícola). La contaminación por amoníaco es muy grave a nivel regional ya que causa acidificación del suelo y contaminación de ecosistemas acuáticos, además de contribuir en la formación de la lluvia ácida y causar enfermedades respiratorias y otros tipos de irritaciones. El 68% de las emisiones globales de amoníaco proceden del sector ganadero.

En el balance final, el estudio elaborado por la FAO también ha concluido que el 9% del global de emisiones de CO2 derivan de actividades relacionadas con el sector ganadero, tales como transporte de ganado, transporte de forrajes, funcionamiento de maquinaria de matadero, plantaciones de forraje, etc. El almacenaje de fertilizantes, abonos y el uso de pesticidas y herbicidas liberan nitrógeno y amoníaco, además de otras sustancias perniciosas.

Reflexiones:

En Agosto de 2008, el presidente del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la Organización de la Naciones Unidas (ONU), Rajendra Pachauri, recomendó a los ciudadanos europeos y estadounidenses reducir el consumo de carne como medida para combatir el cambio climático. "Se debería comer menos carne.” Según declaró Pachauri en el Parlamento Europeo en respuesta a la pregunta de un eurodiputado que le preguntó sobre los comportamientos que los ciudadanos deberían adoptar contra el calentamiento global. “La gente estaría más sana y los países también saldrían beneficiados". Pachauri, en declaraciones al periódico británico The Observer hizo una interesante reflexión “Es más fácil reducir el consumo de carne que prescindir del transporte”.

El excesivo consumo de carne de sociedades como la nuestra es pernicioso para la salud porque esta relacionado con diversas enfermedades: obesidad, hipertensión, diabetes, osteoporosis, cáncer de colon (entre otros), enfermedades coronarias, accidentes cardiovasculares, etc. Mucho antes que se conociera la relación entre la ganadería y el cambio climático, las autoridades sanitarias ya habían advertido, por motivos de salud, que se consumían proteínas de origen animal en exceso. Ahora, sabiendo el daño que esta dieta desequilibrada causa a nuestro planeta tenemos aún más razones para aprender a alimentarnos mejor. Reducir la ganadería significa reducir los campos destinados a cultivos de forrajes. Este puede ser el primer paso para empezar la supresión de los cultivos tansgénicos y recuperar masa forestal y sistemas de agricultura tradicionales, además, permitiría que millones de toneladas de cereales destinadas a forrajes fueran destinadas directamente al consumo humano. Los desequilibrios ocasionados por los excesos de la carne, nos permiten afirmar que un vegetariano además de respetar la vida de todas las especies es un activista en defensa de nuestro planeta y de aquellos que sufren enfermedades derivadas de la malnutrición.

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